Cosas: Va de móviles... o casi móviles

Hoy estreno móvil. Me he comprado un Nokia 6120. ¿Por qué este modelo? Pues no tengo ni idea. Abrí la página de Vodafone, ví que estaba bastante bien de precio y lo pedí. Así de sencillo. Puede parecer un contrasentido, ¡porque estoy hablando de un teléfono!, pero SÓLO LO NECESITO PARA HACER LLAMADAS. Me da igual que haga fotos con menor o mayor resolución, que integre radio y MP3, que tenga más o menos melodías... Me da exactamente igual, aunque creo que éste lo tiene todo . Ja ja ja. Lo que quiero es buena cobertura, que creo que no depende del aparato, y calidad de sonido.

Me gustan los Nokia porque no tienen ninguna complicación. Han logrado lo imposible: que todo parezca fácil, incluso para las personas que, como yo, están peleadas con la técnica. La verdad es que todavía no entiendo cómo he sido capaz de abrir un blog. De Vodafone ya hablaré otro día. No soy amigo de su “recepcionista-contestador” y me disgusta que no puedan atenderme en mi idioma, como hacían hasta hace poco. Y eso que el servicio es bueno, la verdad. Estoy con ellos desde tiempos inmemoriales, cuando la compañía todavía se llamaba Airtel. Alguna vez he intentado hacer funcionar móbiles de otras marcas, de familiares o amigos, pero considero que son más complicados que el cubo Rubick.

No es bueno tener dependencia del teléfono móvil, pero nos lo ponen muy difícil. ¿Y lo felices que éramos cuando no existían? ¡Añoro eso de no estar localizable! Ja ja ja. Ahora salir de casa sin él es casi lo mismo que ir desnudo, desprotegido. Llevarlo nos da ‘seguridad’, pero tampoco es necesario tenerlo todo el día pegado a la oreja, como si fuera una parte más de nuestro cuerpo. Es muy desagradable que suenen en los cines, en los teatros, en los ENTIERROS. El otro día, el cura estaba a punto de darle el último adiós al muerto y sonó un móvil en la segunda fila. Fue horroroso.

En definitiva, cantidad de tonos, a cuál más desagradable, y a un volumen tremendamente alto. Una noche, en un restaurante, sonó un teléfono en la mesa de al lado. Iban un chico y una chica. Él lo cogío, se puso a hablar con alguien, más de media hora, seguro, y ella allí, comiendo ‘sola’, con cara de circunstancias. Había para levantarse y dejarlo allí tirado. O haberle llamado para decirle que estaba allí. ¡Que no estaba cenando con un fantasma!

Recuerdo el primer móvil que utilicé, hará unos veinte años. La verdad es que sí que era móvil, pero no demasiado. Ja ja ja. La batería tenía el tamaño de una caja de zapatos. Era tan grande que lo llevaba colgado al hombro, como si fuera una bandolera. Lo había comprado ‘Ràdio 7’, donde yo trabajaba, y lo estrenaba yo para cubrir la Media Maratón de la ciudad. Hice un par o tres de conexiones y la cuarta, que habría servido para dar el nombre del ganador de la carrera, nunca existió. ¡Se me había acabado la batería! Y eso que se había cargado esa misma mañana.

Recuerdo que me fui corriendo a la emisora, con aquel teléfono que pesaba más que una bombona de butano, y desde allí pude dar el resultado. Tanta tecnología, para nada. ¡Menudo fracaso! Cómo ha cambiado todo en estos veinte años, desde luego.

*Por cierto, tengo un hijo de seis años que al teléfono, teléfono también le llama móvil. El otro día nos dimos cuenta que no diferenciaba entre los convencionales y los portátiles. Para él, todos son móviles.