No dudes de mí, cariño

Le dije que iba a dejarla. Lo tenía claro. No podía dudar de mí de esta manera. Le había demostrado mi fidelidad sobradamente. Le dije que era materialmente imposible que yo estuviera en dos sitios el mismo día, a la misma hora, en el mismo minuto... incluso en el mismo segundo. Si no me creía ella, estaba claro que no lo haría nadie. O me defendía con los ojos cerrados o la dejaba para siempre.

No hablo de hombres ni de mujeres. Hablo de entitades bancarias. El otro día FABRISA me dijo que no se fiaba ni de los cajeros automáticos. ¡Y bien que hace! Hace unos meses saqué 200 euros de uno de Andorra. Lo hice con una targeta. Mi sorpresa es que, unos días después, la entidad con la que trabajo (que no es la misma en la que retiré el dinero) me cargó 400. Pedí explicaciones, claro está, y me reingresaron los 200 euros que me habían cobrado de más.

La sorpresa llegó poco después. Sin decirme nada, sin hacerme ni una triste llamada, volvieron a quitarme los 200 euros. Esta vez me hizo menos gracia y les dije que tenían dos opciones: ponerlos otra vez en mi cuenta o cancelarla. Se tomaron mi queja en serio y se pusieron en contacto con el otro banco que, según parece, no les hizo caso. Unos y otros tenían claro que era imposible que yo hubiera sacado 200 euros de un cajero y 200 de otro; el mismo día, a la misma hora, en el mismo minuto... incluso en el mismo segundo.

Pero, aún y así, nadie quería hacerse cargo. 'La informática es infalible', les dijeron como excusa a mi entidad bancaria. Pues va a ser que no. Quizás tenga algún don, pero el de la obicuidad seguro que no. ¿Cómo acabó todo? Pues que la caja con la que trabajo asumió la pérdida y me devolvió los 200 euros. 'Que sepas', me dijo el director, 'que el dinero lo hemos puesto nosotros'. Sólo faltaría. O me demostraba que me quería, que se fiaba de mí, o iba a dejarle. En los negocios, igual que en el amor, no hay nada sin confianza. Muá.