
Estábamos en lo más crudo del crudo invierno, aprovechando el título de una película de Keneth Branagh. Casa lujosa. De una sola planta. Piscina gigantesca, por supuestísimo. Era de noche. Poca iluminación, la justa para encontrar el caminito que iba de la calle a la puerta principal. ¿Que hacía allí? Pues ni yo lo sé. No era mi casa, os lo aseguro. Ni lo era ni lo es. La mía también también es de una planta, es verdad, pero en un bloque de ocho pisos. Y la piscina es pequeña, tamaño bañera, para entendernos. De hecho es una bañera, pero me permito el lujo de llamarle piscina’. Cada uno bautiza sus cosas como quiere, ¿No? ¿O tengo que preguntarle a
Eru porque su blog se llama 'En el cielo no hay alcohol'? Sus motivos tendrá... Y que quede claro que me encanta mi casa. A día de hoy, no la cambiaría por ninguna.
Pues eso. Estaba en esta casa con una amiga a la que me imagino, porque hace tantos años que ya ni me acuerdo, que querría impresionar. De hecho, me IMPRESIONÓ ella a mí, gracias a su elegante mansión. Al ir hacia el interior vi unas gafas de bucear dentro de la piscina. Eran de su hermano pequeño que, por cierto, hacía unos dibujitos muy monos. Estaba a punto de protagonizar uno de los ridículos más importantes de mi vida. Todavía hoy lo tengo presente, aunque me lo tomo con mucho humor. Es una anécdota que ha hecho destornillar de risa a más de uno y que hoy publico en este blog para mantenerla viva.
-Mira, unas gafas de bucear de tu hermano. ¿Las cojo?
-Como tú quieras...-¿Mejor que las guardeis dentro, no?
-Vale, tú mismoEn ese momento, yo, que soy un verdadero atleta, me quité la chaqueta y de un salto me planté dentro de la piscina, por la parte menos honda, como no. Tampoco era cuestión de lesionarse para recuperar unas simples gafas de buceo. Ni que fueran de oro y tuvieran incrustados un sinfín de diamantes. Pero tuve un pequeño problema. La piscina estaba LLENA de agua; llena hasta los topes. Mi amiga creía que hablaba en broma y me siguió la corriente. ¡Y eso que presumo de tener vista de lince! La oscuridad, la quietud del agua y la época del año (en pleno mes de diciembre) me jugaron una mala pasada. ¿Qué hacía la piscina llena, y sin cubrir, con el Papá Noel casi por llegar?
La imagen es impagable. Yo, vestido de domingo, saliendo de la piscina mojado de cintura para abajo, mojado de agua, que quede claro. Ella no sabía si reir o llorar. Suerte que su madre, que oyó el chapuzón, salió de casa para socorrerme. Pasa, pasa, Jordi. Pasa y sécate. ¿Quieres que te lleve a casa? La chica no tenía edad ni para conducir. Entré cabizbajo, dejando ‘inundado’ su bonito parquet. Supongo que podréis imaginar el ‘chof’ ‘chof’ que acompañaba mis pasos y las sonrisas burlonas que se acumulaban a mi alrededor. Dejaba rastro, como los caracoles.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que me faltó imaginación. Hoy en dia, quizás reaccionaría de otra manera. Me sumergería del todo en el agua, pillaría las gafas y se las daría en la mano guiñándole un ojo, como si estuviera en un anuncio de colonias. Pensándolo bien, también le habría podido soltar la típica frase machista: 'Tienes algo para cambiarme, nena. Es que no me gustaría constiparme y castigarte unos días sin verme'.
Pero, por suerte, no soy así. Me fuí a casa, conduciendo mi Dyane 6 verde descapotable, riéndome como un loco. Me bañé en diciembre, sin quererlo... y para coger unas malditas gafas de buceo. Lo que hay que hacer a veces... Dios!!!