Paranoia 68: Lluvia de meteoritos

Hoy he ido hasta el lejano Planeta Invisible donde las pocas cosas que se ven son muy volátiles. Incluso los meteoritos. Mientras buscaba a Valery, para interesarme por cómo iba su interminable lista de Joes, una lluvia de estos pequeños cuerpos celestes me lanzó bruscamente al suelo y me sepultó. Fue entonces cuando me di cuenta de mi desquiciada fragilidad, de los peligros que corremos todos cuando nos inmiscuimos en mundos, personales o no, que casi no conocemos.

Soy de los que creo que siempre hay que dar máxima libertad a los demás y preocuparnos de nosotros mismos. Casi nunca lo hacemos. La pequeña Valery todavía no había encontrado a ese terrícola que quería que la hiciera feliz y, tras reconocer su fracaso, viajó hacia su interior para ver con sus propios ojos lo que en él había, lo que le impedía ser feliz, lo que le faltaba para estar en paz consigo misma. Tanto amor reprimido y no sabía ni a quién ni cómo dárselo.

Fue allí donde volví a coincidir con Valery, en el interior de mi mente, ya que ella era un personaje creado por mí. Yo dirigía su vida, porque era yo quien se la había dado, había salido de mi propia pluma. Así que ayer decidí que no quería que sufriera más y le borré a Matt de su mente. Un simple tachón en el folio en el que estaba escrito ‘Amor en llamas’ sirvió para liberarla definitivamente del recuerdo que la atormentaba día, noche y día.

Valery era guapa e inteligente, curtida por la vida y el tiempo. Nadie le había regalado nada. Era un buen partido. Ella nunca se había dado cuenta. Quizás yo tampoco. Su lista de sustitutos ya ha pasado a la historia. Sin Matt, sin Joe ni sin sucedáneos será feliz para siempre. Curaré sus cicatrices y la cuidaré como nadie lo ha hecho hasta ahora. A Valery me la quedo yo.